lunes, 27 de julio de 2015

Experiencias aupair: Visita a la familia de acogida.

Ya solo me queda un mes para mudarme con mi familia de acogida! A veces me cuesta creer que en poco más de tres semanas cogeré las maletas y me reuniré con la familia con la que pasaré un año. Pero la visita a mi familia de acogida lo ha hecho todo mucho más real.

El sábado a la mañana, mi novio y yo nos levantamos, nos preparamos y a las 8.30 de la mañana salimos para Francia. Teníamos por delante unas 4 horas de viaje en coche hacia la casa de los padres de mi padre de acogida. Fuimos parando para descansar, para fumar y para ir al baño, y como dato curioso os cuento que en cuanto más al norte nos encontrábamos menos limpios y más viejos encontrábamos los baños de las áreas de descanso. 




Al final, tomándonos el viaje con calma y respetando los límites de velocidad (ya que hay más radares en Francia que en España) llegamos a la casa hacia las 2.30. La familia de acogida había llegado en avión a la casa de los abuelos a las 12 del mediodía con el pequeño de la casa, ya que el hijo mayor de la familia llevaba unas semanas con los abuelos (cosa que hace todos los veranos, para que a pesar de vivir a 600km de los abuelos pueda tener una buena relación con ellos). 

Llegamos a en frente de la casa y después de aparcar le mandé un mensaje a mi host-mom y en cosa de un minuto apareció en la puerta con el pequeño en brazos. También la abuela se acercó a saludarnos rápidamente ya que salía a hacer unas compras con su hija y la novia de su hijo. Así que entramos en la casa y nos reunimos con el padre y el hijo mayor que andaban jugando en la piscina de la casa. En seguida nos hizo un tour de la casa y nos enseñó la habitación en la que dormiríamos (en el último piso en una casa de tres pisos en plena capital, eso es lujo y lo de más son tonterías). 

Después de instalarnos y darles los regalos que trajimos para los adultos (un vino típico de la zona y unas pastas) la madre montó al pequeño en el carro y los cuatro nos fuimos a dar una vuelta por la ciudad. Tarn es una ciudad pequeñita pero preciosa, vimos los jardines de la ciudad, el teatro nuevo y una catedral enorme a la que no pudimos entrar porque nos encontramos con que se estaba celebrando una boda. 




Al cabo de una hora nos sentamos a tomar algo para beber, y como ya sabía tomar algo en Francia es muchísimo más caro que aquí. 


Una cerveza + 2 aguas + un helado = 16.90€

Habiendo pasado dos horas conociendo la ciudad y poniéndonos al día volvímos a la casa y conocimos al abuelo. Él y el padre de acogida se iban a ir a una vinoteca a comprar unos vinos y nos invitaron a ir con ellos. Así que vuelta al coche. La cadena de comunicación que nos montamos fue bastante curiosa: el abuelo le hablaba al padre en francés, éste me traducía a mí al inglés y yo se lo traducía a mi novio. Probamos seis vinos diferentes entre vinos blancos y tintos y cargados con dos cajas de vino vuelta a casa. 

Para cuando volvímos todos estaban en casa: los abuelos, los tíos, los padres, los niños y una amiga de la madre, y sentados junto a la piscina nos tomamos un aperitivo antes de cenar. La primera impresión de la comida que nos sirvieron nos dió una buena impresión: melón,  unas tapas de tomate y pepino y algo de embutido. Pero gran error, ya que la cena que nos esperaba iba a ser de las peores que ayamos probado jamás... 

Antes de que nosotros cenarámos iban a acostar a los niños, por lo que aproveché ese momento para darles los regalos a los niños. Con el pequeño todo había sido más fácil durante el día, ya que se dejaba coger y jugaba sin ningún problema. Pero el mayor se había pasado la tarde mirándonos con curiosidad siempre dejando distancia. Yo lo habia saludado y me había acercado a él en un par de ocasiones, pero le había dejado algo de distancia. Pero cuando bajé con los regalos y le dije que eran para él, antes de coger los regalos abrió los brazos y me dio un abrazo y un gran beso. Le encantaron los regalos y con una gran sonrisa y después de darnos a todos los presentes un beso se acostó en su habitación. 

Y entonces llegó la cena. Primero nos sirvieron una especie de cuscús con un millón de especias que tanto yo (mala comedora) como mi novio (que come de todo) sufrimos comiendo y que no pudimos acabar. Y luego nos sirvieron unas brochetas de carne y verduras que tenían una pinta buenísima, pero que al probar vimos que se habían cocinado con miel y que nos costó comer pero que acabamos por respeto. Después como postre nos sacaron queso, una tarta de chocolate para chuparse los dedos y las pastas que habíamos llevado nosotros. 

Y gracias a ésto, porque sino nos habríamos ido a la cama con el estómago casi vacío. Así que terminamos el postre, y después de haber tomado un café nos fuimos todos para la cama (a las 11 de la noche en un sábado, cosa que aquél día nos vino de perlas porque ya no podíamos ni con nuestras almas) y en cuanto nos tumbamos, nos quedamos los dos dormidos. 

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